jueves, 26 de mayo de 2011

Muerte de "Hermenegildo Galeana"


Las versiones aquí escritas, fueron extraidas del libro "El Héroe sin Cabeza" sin alterar su contenido y con la gramática original del libro.

1) Las versiones de los historiadores.-
Después de su breve descanso en la hacienda de San Jerónimo, Tata Gildo visitó los pueblos de la Costa que ya conocía, su personalidad atrajo nuevamente a los aguerridos costeños, la gente que lo quería y admiraba volvió a él. Con el ímpetu que lo caracterizaba, logró reunir 500 hombres, un viejo cañón y 100 fusiles. Con este pequeño contingente, Tata Gildo libró algunas batallas en las que salió victorioso, y aún abrigaba la esperanza de crear un ejército que pudiera restituir el terreno perdido, pero el destino le tendió una trampa cerca de Coyuca, la mañana del 27 de ese mismo fatídico año para la causa de la Independencia. Existen dos versiones de su muerte, con algunas pequeñas variantes: la de haber muerto peleando es indiscutible; pero cómo fue, los historiadores más cercanos a los hechos dicen que al ser perseguido la rama baja de un árbol golpeó la testa del héroe.
La otra versión es la de un soldado de Galeana que presenció su muerte, rodeado por un número considerable de enemigos que terminaron por abatirlo. Presentamos las versiones en cuestión, y nuestra opinión de la que puede ser la más acertada:

Versión de Enrique Olavarría y Ferrari.-
“El relato que va a seguir y forma íntegro el presente tomo, es una exacta copia del manuscrito en el que constan las memorias de mi padre: nada he querido quitarle ni añadirle, pues cualquiera que sus faltas sean, no es a mí a quien toca señalarlas; la presente relación escrita tiene para mí el mérito de habérsela oído leer a mi buen padre con voz entrecortada por los sollozos y humedecida por sus lágrimas. Hela aquí”: Con estas palabras inicia su relato don Enrique Olavarría y Ferrari, titulado “El 22 de Noviembre de 1815”, correspondiente a
las “Memorias de un Criollo 1813 - 1815”, en las que en el capítulo XIV se describe la muerte del mariscal Hermenegildo Galeana: Las Novelas Históricas Nacionales, catalogadas como
“amenaza e imparcialmente escritas por Enrique Olavarría y Ferrari”, fueron premiadas con diploma, medalla de primera clase y mención honorífica en la Exposición de Guadalajara en 1880 y las creemos, por esta fecha, más cercanas a los acontecimientos de la Guerra de Independencia, y tal vez, en consecuencia, más veraces. He aquí parte del capítulo en cuestión:
“Los prisioneros realistas que teníamos en nuestro poder poco a poco fueron siendo ejecutados, en cumplimiento de las órdenes del Congreso y en justa aunque cruel represalia…” (fueron fusilados una parte, y degollados otra, de los 200 prisioneros que se encontraban en Tecpan y Zacatula, mismos cuya libertad días antes había ofrecido Morelos, a cambio de
Mariano Matamoros, hecho prisionero por los españoles, quienes rechazaron la oferta fusilando al Mariscal). “No trato de disculpar aquellas ejecuciones; pero ¿cómo haberlas evitado cuando a cada instante nos llegaban noticias tan dolorosas como la que recibimos de haber sido fusilado en Puebla el señor D. Miguel Bravo el día 15 de abril, con un lujo de cruel ostentación verdaderamente atroz? “D. Miguel fue la segunda víctima con que la noble familia de los Bravo contribuyó a la independencia de nuestra patria, a la cual sirvió con heroísmo y constancia desde los primeros días de la Revolución.
“Dejo dicho que la proximidad de Armijo con su fuerte división realista obligó al Sr. Morelos a violentar el incendio de Acapulco, del que se encargó el teniente coronel D. Isidoro Montes de Oca. Del paraje llamado ‘Pie de La Cuesta’, el Caudillo se dirigió a Tecpan, y de allí, evitando la formidable persecución de Miota, delegado de Armijo, pasamos a Petatlán primero y a Zacatula después. “Convencido de que no nos daría caza, Armijo concentró
sus fuerzas sobre el campamento de El Veladero, y en la noche del 5 al 6 de mayo logró apoderarse de él, obligando a D. Hermenegildo Galeana a retirarse y huir por senderos sólo de él
conocidos, a Cacahuatepec. Allí comenzó a reorganizar sus fuerzas con los dispersos del Veladero, y cuando ya había logrado reunir una pequeña división, al atravesar el Paso del Papagayo, un
capitán llamado Echeverría se le desertó llevándose casi la totalidad de la susodicha tropa. Acompañado apenas de unos cuantos soldados fieles, D. Hermenegildo llegó a la Hacienda del
Zanjón, haciéndose no sólo ilusiones de que su sola presencia bastaría para poner de nuevo en movimiento toda la CostaGrande. El éxito pareció favorable en un principio y pronto vio reunidas en su alrededor las fuerzas de D. Juan Alvarez y D. José Avila; con ellas sorprendió en Petatlán al realista Cabadas, a quien hizo prisionero y fusiló, y cayendo después sobre el pueblo de Acayac derrotó a Barrientos, que allí fungía de comandante militar. “Animado con ambas victorias quiso alcanzar una tercera atacando en Coyuca al comandante D. Francisco Fernández Avilés; pero mientras éste contaba con una fuerza respetable, la de D. Hermenegildo se componía apenas de 500 hombres bisoños y deplorablemente armados. La acción empezó en las primeras horas de la mañana del 27 de junio, con graves pérdidas de los realistas, pero Avilés cargó con tal ímpetu que los insurgentes se vieron obligados a retroceder, haciéndolo con gran desorden que a poco se convirtió en completa dispersión. Las once de aquella fatal mañana serían cuando, arrastrado por su caballo que acababa de ser herido, Galeana, a quien perseguía D. Juan Olivar, capitán de los Patriotas de Atoyac, chocando con una gruesa rama de un árbol, recibió en la frente tan violento golpe, que a su pesar se vio despedido de la silla, cayendo casi privado en tierra; disponíase aún así a defenderse cuando un Joaquín León, soldado del Escuadrón del Sur, le atravesó de un balazo, y antes de que expirara le cortó de un sablazo la cabeza que clavó en el hierro de una pica, levantándola en los aires satisfecho de su bárbaro triunfo. Con aquel venerable despojo entró en Coyuca el cobarde León, entre los gritos y vociferaciones del populacho, que insultó
y escarneció la cabeza del héroe, hasta que el mismo comandante Avilés, indignado con semejante profanación, la hizo retirar de la ceiba en que había sido colgada en mitad de la plaza, diciendo a la plebe: --Esta es la cabeza de un hombre valiente, sólo los cobardes pueden no respetarla. Mandó colocar la cabeza sobre la puerta de la iglesia, de cuyo lugar se retiró después, para darle sepultura en el templo”.


Versión de Lucas Alamán.- Este historiador tenía apenas 18 años cuando presenció “la gran catástrofe de 1810 y los horrores de la sangrienta revolución
del cura Hidalgo, cuya entrada en Guanajuato le tocó ver y le hizo una vivísima impresión(...) Asesinados o presos por las hordas del cura Hidalgo todos los dependientes de la casa de Alamán, y habiendo corrido grandes riesgos aun él mismo por haber sido tomado como español...” Sin embargo, don Lucas se convertiría más tarde en uno de los historiadores mexicanos de la Guerra de Independencia. Aunque no fuera muy imparcial en sus apreciaciones, estuvo más cerca en tiempo y en espacio de los acontecimientos y siguió las vicisitudes de la epopeya reunida en 8 tomos, entre los que se encuentra descrita la muerte del mariscal Hermenegildo Galeana. Que recurrió a Carlos María de Bustamante para precisar sus escritos (Tomo III, Pags.76-79), de los que tomamos una parte: “...Al amanecer se vio tremolar la bandera real sobre aquel punto, habiendo quedado con esto todos los demás en manos de los realistas, cuyas partidas apostadas al intento dieron alcance a los fugitivos, fusilando a todos los que pudieron aprehender. Este ha sido, dice Armijo en su parte, el fin del decantado Veladero, cuyas casas y fortificaciones he mandado destruir y entregar a las llamas, para que no quede más que vestigio de que existió...” “Galiana, por el monte y por sendas ocultas logró llegar aCacahuatepec, que era el lugar que había señalado para la reunión de los dispersos, en el que en efecto se juntaron 160 hombres mal armados con los que resolvió dirigirse a la Costa Grande. (Para todos estos movimientos de Galiana tengo que referirme a los que dice Bustamante, cuaderno histórico, tomo 3, folio 76.- Nota del mismo Lucas Alamán). Aumentando sus fuerzas con los que se le
fueron reuniendo, atacó Galiana el pueblo de Asayac, distante dos leguas y media del Zanjón(...) Al retirarse Armijo a Tixtla, dejó al mando de la Costa Grande al capitán Avilés, con una división
volante (española). Hallábase Avilés con estas fuerzas a fines de junio en Coyuca, cuando Galiana, animoso con el resultado de sus recientes sucesos, se acercó a aquel pueblo. Habiéndose reunido a él Avila, Mayo y Montes de Oca y recibido un refuerzo que Morelos le mandó desde Zacatula, haciendo todo unos 500 hombres con un poco más de 100 fusiles y un cañón. Avilés destacó una partida que fuese a reconocer el bosque de la orilla del río; mas apenas hubo penetrado en él un corto espacio, cuando se encontró con que por todos lados le hacían fuego, y aunque fue reforzada por otra, ambas tuvieron que retirarse. Avilés envió nuevo refuerzo con el ayudante Feraud, pero viendo que no bastaba y que los insurgentes cargaban reciamente, marchó él mismo y dividiendo su fuerza, flanqueó la de sus enemigos que entraron en desorden por su retaguardia. Galiana, para atender a ésta, abandonó el cañón que tenía y poniéndose los suyos en fuga trató de rehacerlos, conteniendo él mismo a los realistas que los perseguían. Estaba a punto de alcanzarlo D. Juan de Olivar, capitán de los Patriotas de Atoyac, que había sido su amigo, cuando Galiana, que montaba un caballo fogoso, pasando debajo de un árbol recibió en la cabeza un golpe de una rama que lo hizo salir de la silla; pero aunque caído en tierra y casi fuera de sentido, todavía se disponía a defenderse, y entonces un soldado del escuadrón del Sur llamado Joaquín León, lo pasó con un tiro de fusil y le cortó la cabeza. Los realistas entraron triunfantes en Coyuca, llevándola clavada en una lanza y la pusieron en un árbol de ceiba que está en la plaza del pueblo. Avilés, indignado de los insultos que se le hacían, reprendió al populacho diciendo: esta cabeza es de un hombre valiente. Y la hizo poner sobre la puerta de la iglesia, en la que después se enterró. Galiana fue muerto el 27 de junio a las once de la mañana”.



Versión de Justino Castro Mariscal.-
En los Cuadernos de Cultura Popular fechados en 1967, Capítulo I, hay un relato novelado que escribió don Humberto Ochoa Campos, según memorias de un soldado de Galeana que
participó en las campañas de Morelos y que después de la muerte de don Hermenegildo, éste narró al Generalísimo Morelos los hechos del fatídico combate. Al final del relato, Humberto Ochoa inserta esta nota: “Dionisio es un personaje real, fue uno de los soldados más fieles a las órdenes de Tata Gildo, vivió en Atoyac muchos años después de la muerte de don Hermenegildo y en esa población se localizan sus descendientes, quienes hablan de él como un hombre costeño de fácil y adornada palabra, para quien su principal tarea era contar, muy a su modo, las hazañas de su general. También durante su vida, fue el único que se preocupó de recordar las fechas del nacimiento y muerte del héroe”. Y agrega don Humberto: El autor de esta semblanza, agradece las informaciones recibidas de los señores Crescencio Otero Galeana, José Solís y Manuel Abarca. Y hace constar que para la elaboración del presente trabajo se consultaron las obras de Justino Castro Mariscal y del señor general Luis Ramírez Fontanes”. Esto quiere decir que para la narración novelada de don Humberto Ochoa Campos se basó en el libro “Galeana en al Epopeya de la Independencia Nacional” (segunda edición – México 1980), escrito por don Justino, en donde nos dice que el dato del golpe en la rama del árbol es erróneo y que “la verdad de los hechos, que nunca llegó a escribirse por ningún superviviente de la época, hoy se da a conocer porque es un relato de un soldado y testigo presencial de aquel desventurado acontecimiento. El
patriota independiente que fue testigo de este suceso nació en Atoyac, y como se recordará, fue uno del grupo de naturales que se presentó en la hacienda de El Zanjón, cuando el lugarteniente
de Hidalgo se dirigía a Pie de La Cuesta. El viejo soldado que se apellidaba Dionisio y cuya descendencia todavía existe en el pueblo mencionado, refería a sus amigos y nietos la muerte de su general Galeana en la forma que a continuación se expresa”. Aunque la nota de don Justino Castro pudiera parecer lógica, la versión de la rama del árbol fue recogida por varios historiadores de la época. No obstante, y sin querer distorsionar lo recogido en
forma oral por don Justino, incluimos aquí la versión íntegra de la narración del soldado Dionisio:
“Eran tiempos de calamidades, los realistas habían invadido la Costa y nos llamaban con frecuencia al indulto, por medio de nuestros parientes y amigos que en alguna forma eran
aconsejados por el cura o el encargado del gobierno del virrey. Debido a esto, muchos de nuestros compañeros nos abandonaron y se encargaron de la ingrata tarea de perseguirnos y combatirnos para probar su lealtad. Desesperado el general Galeana, nos aconsejó que deberíamos volver a encender el ánimo, ya decaído en casi todo el rumbo, y con tal resolución abandonamos la sierra y nos fuimos a emboscar en los palmares del camino de Coyuca, pero reconociendo como campamento el cerro de El Tejar. El 27 de junio nos levantamos antes de que amaneciera y nos encaminamos con rumbo al río de Coyuca; pero antes de llegar a la orilla, ordenó el jefe que podíamos almorzar los frutos de palmeras que a la sazón llevábamos como único bastimento. Dedicados a nuestro deficiente desayuno, llegó un labriego, o como se acostumbra decir en el rumbo, un milpero, a decir a Galeana: —¡señor general, las tropas realistas vienen pasando el río! Al escuchar el caudillo estas palabras, con verdadera precipitación se dirigió al coronel don Luis Pinzón y con voz firme y resuelta ordenó: —A ver Pinzón, tome usted 20 soldados y salga al encuentro del enemigo, mientras yo reúno la demás gente. “El coronel Pinzón salió violentamente a donde le ordenaba su general; pero al avanzar 300 metros se encontró con la vanguardia del comandante Avilés, trabándose desde luego un combate. Al comenzar la lucha todo fue confusión y desorden por parte de los insurgentes, y en unos cuantos minutos el coronel Pinzón tuvo que batirse en retirada. Mientras pasaba este lapso de tiempo, el general Galeana entró en acción con los pocos soldados que logró reunir, pero en las primeras cargas que enderezó con los adversarios nos dispersaron, y entonces vi al general que se confundía con los realistas, momentos después caía con todo y caballo, porque se lo habían matado. No obstante que lo habían desmontado seguía peleando, pero sin que ninguno de nosotros hubiera podido darle auxilio. Como se oyeron gritos por parte de los realistas, pude observar que decían: ¡ese es Galeana! ¡Mátenlo! Y una, dos o tres descargas cerradas se oyeron consecutivas. Después, dianas, tiros con intervalos, hasta que pude alejarme del campo de la lucha: el combate se había efectuado cerca de un lugar que llaman El Arroyo Seco y a una media legua de Coyuca, de las 10 a las 12 del día. Pasada la tormenta y como a eso de las seis de la tarde, nos encontrábamos con 30 hombres, entre jefes, oficiales y tropa en lo más boscoso del cerro de El Tejar,preguntándonos unos a los otros la forma en que vimos caer al jefe Galeana ese día de funesta memoria, o sea el 27 de junio de 1814. Al otro día de la tragedia, nos acercamos como unos diez soldados con el coronel don Pablo Galeana, para ver si podíamos encontrar el cadáver del general, pero al llegar al punto fuimos informados por unos trabajadores que ellos solamente habían encontrado el cuerpo sin la cabeza, porque ésta se la habían cortado los soldados realistas, llevándosela en una pica hacia Coyuca, y que después de pasearla por las calles, la habían colgado en una rama de la ceiba que está junto a la plaza. Por recomendaciones de don Pablo Galeana, aquellos mismos campesinos dieron sepultura al general a unos 200 metros del lugar en que había caído.” (Hoy se llama Los Cimientos)”.


Esta es una parte del relato novelado de Humberto Ochoa: “...fuimos informados por los milperos que ellos habían encontrado el cuerpo del jefe, pero sin cabeza, la cual le habían cortado con su propio machete, llevándola en una pica a Coyuca, donde después de pasearla entre burlas por las calles, acabaron por colgarla en la rama de una ceiba que está junto a la plaza... Hago constar mi Generalísimo, que el comandante Avilés al ver que se burlaban de la cabeza del jefe Galeana, reprendiendo a los soldados ordenó que se le diera sepultura en la iglesia... Nosotros, mi generalísimo, tragándonos el dolor y el coraje, tuvimos que retirarnos con mi coronel Pablo Galeana, para seguir errando por las montañas”. “Son las once de la mañana del 27 de junio de 1834 y la mano aun firme, enciende la vela en pleno día. “—¿Para qué prender la luz, abuelo, si el sol está llegando a lo alto? “Dionisio no responde, hace veinte años fue el día fatídico. Ensilla el caballo sin dar explicaciones; los grandes conocen la razón y los chicos empiezan a recordarla.
Horqueteado y con el pecho erguido sale de Atoyac, a trote solemne, por el camino de la costa. Llegando a la “Y” dirige su mirada del recuerdo hacia Tecpan, y observa a lo lejos los terrenos de El Zanjón y San José, en donde pequeños poblados surgen, en la lucha por lograr la parcela propia. Jala la rienda y el hocico del caballo cambia de norte a sur, recorriendo la misma ruta de la fatalidad. “Doscientos metros antes de llegar al río de Coyuca, colocó una cruz de madera en donde supone fue enterrado el cuerpo del general. En la iglesia debe estar la cabeza, pero,
¿Dónde? Tata Gildo quería terminar en el olvido y éste lo persiguió. Lo encontró en sus méritos que nunca fueron debidamente apreciados; en la casa de su nacimiento, que en una creciente se la llevó el río; en los algodonales que fueron desapareciendo; en su cuerpo y cabeza, que no encontraron sepultura formal. “Solamente con lo que no pudo el olvido, fue con el pueblo y esa parte de él que se llama Dionisio. El Congreso, diez años atrás, lo declaró Héroe de La Patria y el fiel soldado todos los 27 de junio enciende la vela. “—Te volviste a taruguear al enemigo. Sin cabeza y sin cuerpo, sigues vivo. ¡A sus órdenes mi general don Hermenegildo Galeana!”


Versión de Carlos María de Bustamante:

(Cuadro Histórico de la Revolución Mexicana (1844). Carlos María de Bustamante. Tomo III. Instituto Cultural Helénico. FCE. México, 1985).
“Llegó (Galeana) al punto de Cahuatitán y al día siguiente avanzó sobre el pueblo (de Coyuca) (...) Al pasar el río atacó y derrotó casi solo una emboscada del comandante Avilés: avanzó sobre éste, que iba en fuga, como cosa de tres cuadras; mató siete enemigos y tomó igual número de armas(...) se parapetó el enemigo de unas parotas y comenzó a hacer fuego. Entonces Galeana hizo alto, mandó montar el cañón y continuó la acción sosteniéndose. En ese acto D. Julián Ávila vio que el caballo que montaba estaba herido; éste le dijo que se saliese de las filas y montase en otro para volver á la carga; no lo hizo así, sino que se salió con suma precipitación, y tras de él su escolta; creyó su tropa que este movimiento era de fuga y comenzó a desordenarse, por cuyo motivo cargó el enemigo y con dos partidas, una de caballería y otra de infantería, flanqueó a los
americanos y les tomó la retaguardia: dióse parte a Galeana de esta ocurrencia, el cual se hallaba en lo más recio del combate de vanguardia, y no lo quiso creer; (...) mandó á su sobrino D. Pablo
Galeana que averiguase y le avisase: de hecho se comprobó la verdad y mandó abandonar el cañón, y que su gente saliese del bosque(...) Encontróse con el enemigo de frente, y con una voz
terrible dijo a éste: ¡Aquí está Galeana...!” “Luego que lo oyeron, dos compañías de infantería le
abrieron paso, ¡tanto le formidaban! Avanzó hasta el otro lado del río, reunió a unos cuantos dispersos como pudo, y tornó a la carga. El enemigo estaba situado á la margen del río: avisósele
que dos compañías de éste lo pasaban por diferentes puntos para flanquearlo, y entonces comenzó á retirarse poco á poco haciendo fuego al enemigo, que avanzaba en su persecución: ya no pudo, aunque quiso, reunir ningún disperso. Guiaba esta partida de los españoles, un hombre llamado José Oliva, á quien Galeana había hecho mucho bien en Téipan y Zanjón, donde este ingrato residía últimamente; conoció á Galeana, comenzó á llamarlo por su nombre y á avanzar sobre él con su partida; ya casi lo alcanzaba, cuando picando recio al caballo, éste, que era brincador, le dio un gran golpe en la cabeza que le hizo saltar la sangre por la boca y narices que lo atontó; sin embargo, no cayó a tierra sino que se quedó sentado en las ancas muy aturdido. Viéndolo su sobrino en tal estado, lo echó por delante y se quedó á retaguardia con tres dragones y el ayudante D. Pedro Rodríguez, para impedir que avanzase el enemigo, mas este cargó entonces reciamente en términos de tocarse unos a otros. Al pasar Galeana bajo de un huizache, el caballo dio nuevamente otro salto fuerte, y como salía una gran rama del mismo árbol, que atravesaba el camino, se dio contra ella al tiempo de levantar la cabeza para ver a los que lo perseguían, y cayó en tierra. Rodeáronlo catorce dragones, y ninguno osaba apearse para tomarlo; pero Joaquín León, desde su caballo le disparó un carabinazo y le atravesó el pecho. Entonces Galeana, moribundo y agitado de las ansias de la muerte tiró de su espada, que no pudo sacar de la vaina. El mismo dragón consumó su iniquidad, pues se apeó del caballo, le cortó la cabeza, la puso en una lanza, y se volvió con ella en triunfo para el pueblo de Coyuca, que habían abandonado sus moradores teniendo por cierta la entrada de Galeana. El cadáver quedó allí mutilado, y no lo pudo recoger su sobrino porque también cargó sobre él una partida de seis dragones”. Algunos historiadores, al igual que a Carlos Ma. de Bustamante, sobre todo los más cercanos a los acontecimientos bélicos, la figura de Don Hermenegildo no sólo los llenó de
asombro, sino que dejó en ellos una admiración tal que quisieron plasmarla en sus memorias para conocimiento de futuras generaciones. La versión de Bustamante, la más cercana en
tiempo sobre estos los acontecimientos, merece ser tomada en cuenta como la más veraz. Sin las exageraciones por la figura del héroe de las que el regionalismo suele abusar, Bustamante,
oaxaqueño y apenas doce años mayor que Don Hermenegildo, agrega de su decir y sentir lo que no dijeron los demás: “D. Hermenegildo Galeana nació en el pueblo de Téipam. Se radicó en la hacienda del Zanjón, propia de su primo hermano D. Juan José, y la administró por muchos años (nótese que Don Carlos Ma. no dice hacienda del “Sajón”, ni que Hermenegildo fuera “hermano” de Juan José, ni que fuera dueño de hacienda alguna, como erróneamente se ha dicho). A instancias de éste tomó parte en la Revolución, y no fue necesario convencerlo, pues él estaba muy mal dispuesto con la dominación española(...) Fue casado seis meses, y cuando murió tenía cincuenta y dos años de edad(...) Este hombre, en quien la valentía era una segunda naturaleza: que jamás atacó al enemigo á retaguardia, y que era terribilísimo en una acción de guerra, era por el contrario, un cordero en los momentos de paz y fuera de la acción. Jamás hizo fusilar á ninguno, aunque tuviese órdenes de hacerlo. Calculaba mucho, principalmente en el calor de la batalla; entonces le ocurrían medidas imposibles al parecer, pero certeras é indefectibles. Si hubiese esperado los auxilios del campo de Atijo, á vuelta de tres meses lanza del sur al general Armijo, y reconquista todo lo perdido(...) Llamábanle Tata Gildo, y lo que él decía se cumplía irrevocablemente y sin repugnancia; á su nombre siempre acompañó como correlativa la idea de un hombre de bien; y aun el mismo Calleja siempre lo tuvo en ese concepto. Amó al señor Morelos hasta la idolatría, y lo respetó tanto, que jamás le habló sino con el mayor comedimiento. Cuando éste supo su muerte se arrebató de dolor, dióse una palmada en la frente y dijo... Acabáronse mis brazos... Ya no soy nada... Yo que venero las palabras de ese hombre extraordinario, me atrevo a grabar sobre el sepulcro de Galeana estas sencillas palabras:
AL BRAZO DERECHO DE
MORELOS
HERMENEGILDO GALEANA,
MUERTO EN 27 DE JUNIO DE 1814,
PELEANDO EN EL CAMPO POR LA
LIBERTAD,

1 comentario:

  1. Me voy mas por la versión de Justino Castro Mariscal.

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