jueves, 26 de mayo de 2011

Muerte de "Hermenegildo Galeana"


Las versiones aquí escritas, fueron extraidas del libro "El Héroe sin Cabeza" sin alterar su contenido y con la gramática original del libro.

1) Las versiones de los historiadores.-
Después de su breve descanso en la hacienda de San Jerónimo, Tata Gildo visitó los pueblos de la Costa que ya conocía, su personalidad atrajo nuevamente a los aguerridos costeños, la gente que lo quería y admiraba volvió a él. Con el ímpetu que lo caracterizaba, logró reunir 500 hombres, un viejo cañón y 100 fusiles. Con este pequeño contingente, Tata Gildo libró algunas batallas en las que salió victorioso, y aún abrigaba la esperanza de crear un ejército que pudiera restituir el terreno perdido, pero el destino le tendió una trampa cerca de Coyuca, la mañana del 27 de ese mismo fatídico año para la causa de la Independencia. Existen dos versiones de su muerte, con algunas pequeñas variantes: la de haber muerto peleando es indiscutible; pero cómo fue, los historiadores más cercanos a los hechos dicen que al ser perseguido la rama baja de un árbol golpeó la testa del héroe.
La otra versión es la de un soldado de Galeana que presenció su muerte, rodeado por un número considerable de enemigos que terminaron por abatirlo. Presentamos las versiones en cuestión, y nuestra opinión de la que puede ser la más acertada:

Versión de Enrique Olavarría y Ferrari.-
“El relato que va a seguir y forma íntegro el presente tomo, es una exacta copia del manuscrito en el que constan las memorias de mi padre: nada he querido quitarle ni añadirle, pues cualquiera que sus faltas sean, no es a mí a quien toca señalarlas; la presente relación escrita tiene para mí el mérito de habérsela oído leer a mi buen padre con voz entrecortada por los sollozos y humedecida por sus lágrimas. Hela aquí”: Con estas palabras inicia su relato don Enrique Olavarría y Ferrari, titulado “El 22 de Noviembre de 1815”, correspondiente a
las “Memorias de un Criollo 1813 - 1815”, en las que en el capítulo XIV se describe la muerte del mariscal Hermenegildo Galeana: Las Novelas Históricas Nacionales, catalogadas como
“amenaza e imparcialmente escritas por Enrique Olavarría y Ferrari”, fueron premiadas con diploma, medalla de primera clase y mención honorífica en la Exposición de Guadalajara en 1880 y las creemos, por esta fecha, más cercanas a los acontecimientos de la Guerra de Independencia, y tal vez, en consecuencia, más veraces. He aquí parte del capítulo en cuestión:
“Los prisioneros realistas que teníamos en nuestro poder poco a poco fueron siendo ejecutados, en cumplimiento de las órdenes del Congreso y en justa aunque cruel represalia…” (fueron fusilados una parte, y degollados otra, de los 200 prisioneros que se encontraban en Tecpan y Zacatula, mismos cuya libertad días antes había ofrecido Morelos, a cambio de
Mariano Matamoros, hecho prisionero por los españoles, quienes rechazaron la oferta fusilando al Mariscal). “No trato de disculpar aquellas ejecuciones; pero ¿cómo haberlas evitado cuando a cada instante nos llegaban noticias tan dolorosas como la que recibimos de haber sido fusilado en Puebla el señor D. Miguel Bravo el día 15 de abril, con un lujo de cruel ostentación verdaderamente atroz? “D. Miguel fue la segunda víctima con que la noble familia de los Bravo contribuyó a la independencia de nuestra patria, a la cual sirvió con heroísmo y constancia desde los primeros días de la Revolución.
“Dejo dicho que la proximidad de Armijo con su fuerte división realista obligó al Sr. Morelos a violentar el incendio de Acapulco, del que se encargó el teniente coronel D. Isidoro Montes de Oca. Del paraje llamado ‘Pie de La Cuesta’, el Caudillo se dirigió a Tecpan, y de allí, evitando la formidable persecución de Miota, delegado de Armijo, pasamos a Petatlán primero y a Zacatula después. “Convencido de que no nos daría caza, Armijo concentró
sus fuerzas sobre el campamento de El Veladero, y en la noche del 5 al 6 de mayo logró apoderarse de él, obligando a D. Hermenegildo Galeana a retirarse y huir por senderos sólo de él
conocidos, a Cacahuatepec. Allí comenzó a reorganizar sus fuerzas con los dispersos del Veladero, y cuando ya había logrado reunir una pequeña división, al atravesar el Paso del Papagayo, un
capitán llamado Echeverría se le desertó llevándose casi la totalidad de la susodicha tropa. Acompañado apenas de unos cuantos soldados fieles, D. Hermenegildo llegó a la Hacienda del
Zanjón, haciéndose no sólo ilusiones de que su sola presencia bastaría para poner de nuevo en movimiento toda la CostaGrande. El éxito pareció favorable en un principio y pronto vio reunidas en su alrededor las fuerzas de D. Juan Alvarez y D. José Avila; con ellas sorprendió en Petatlán al realista Cabadas, a quien hizo prisionero y fusiló, y cayendo después sobre el pueblo de Acayac derrotó a Barrientos, que allí fungía de comandante militar. “Animado con ambas victorias quiso alcanzar una tercera atacando en Coyuca al comandante D. Francisco Fernández Avilés; pero mientras éste contaba con una fuerza respetable, la de D. Hermenegildo se componía apenas de 500 hombres bisoños y deplorablemente armados. La acción empezó en las primeras horas de la mañana del 27 de junio, con graves pérdidas de los realistas, pero Avilés cargó con tal ímpetu que los insurgentes se vieron obligados a retroceder, haciéndolo con gran desorden que a poco se convirtió en completa dispersión. Las once de aquella fatal mañana serían cuando, arrastrado por su caballo que acababa de ser herido, Galeana, a quien perseguía D. Juan Olivar, capitán de los Patriotas de Atoyac, chocando con una gruesa rama de un árbol, recibió en la frente tan violento golpe, que a su pesar se vio despedido de la silla, cayendo casi privado en tierra; disponíase aún así a defenderse cuando un Joaquín León, soldado del Escuadrón del Sur, le atravesó de un balazo, y antes de que expirara le cortó de un sablazo la cabeza que clavó en el hierro de una pica, levantándola en los aires satisfecho de su bárbaro triunfo. Con aquel venerable despojo entró en Coyuca el cobarde León, entre los gritos y vociferaciones del populacho, que insultó
y escarneció la cabeza del héroe, hasta que el mismo comandante Avilés, indignado con semejante profanación, la hizo retirar de la ceiba en que había sido colgada en mitad de la plaza, diciendo a la plebe: --Esta es la cabeza de un hombre valiente, sólo los cobardes pueden no respetarla. Mandó colocar la cabeza sobre la puerta de la iglesia, de cuyo lugar se retiró después, para darle sepultura en el templo”.


Versión de Lucas Alamán.- Este historiador tenía apenas 18 años cuando presenció “la gran catástrofe de 1810 y los horrores de la sangrienta revolución
del cura Hidalgo, cuya entrada en Guanajuato le tocó ver y le hizo una vivísima impresión(...) Asesinados o presos por las hordas del cura Hidalgo todos los dependientes de la casa de Alamán, y habiendo corrido grandes riesgos aun él mismo por haber sido tomado como español...” Sin embargo, don Lucas se convertiría más tarde en uno de los historiadores mexicanos de la Guerra de Independencia. Aunque no fuera muy imparcial en sus apreciaciones, estuvo más cerca en tiempo y en espacio de los acontecimientos y siguió las vicisitudes de la epopeya reunida en 8 tomos, entre los que se encuentra descrita la muerte del mariscal Hermenegildo Galeana. Que recurrió a Carlos María de Bustamante para precisar sus escritos (Tomo III, Pags.76-79), de los que tomamos una parte: “...Al amanecer se vio tremolar la bandera real sobre aquel punto, habiendo quedado con esto todos los demás en manos de los realistas, cuyas partidas apostadas al intento dieron alcance a los fugitivos, fusilando a todos los que pudieron aprehender. Este ha sido, dice Armijo en su parte, el fin del decantado Veladero, cuyas casas y fortificaciones he mandado destruir y entregar a las llamas, para que no quede más que vestigio de que existió...” “Galiana, por el monte y por sendas ocultas logró llegar aCacahuatepec, que era el lugar que había señalado para la reunión de los dispersos, en el que en efecto se juntaron 160 hombres mal armados con los que resolvió dirigirse a la Costa Grande. (Para todos estos movimientos de Galiana tengo que referirme a los que dice Bustamante, cuaderno histórico, tomo 3, folio 76.- Nota del mismo Lucas Alamán). Aumentando sus fuerzas con los que se le
fueron reuniendo, atacó Galiana el pueblo de Asayac, distante dos leguas y media del Zanjón(...) Al retirarse Armijo a Tixtla, dejó al mando de la Costa Grande al capitán Avilés, con una división
volante (española). Hallábase Avilés con estas fuerzas a fines de junio en Coyuca, cuando Galiana, animoso con el resultado de sus recientes sucesos, se acercó a aquel pueblo. Habiéndose reunido a él Avila, Mayo y Montes de Oca y recibido un refuerzo que Morelos le mandó desde Zacatula, haciendo todo unos 500 hombres con un poco más de 100 fusiles y un cañón. Avilés destacó una partida que fuese a reconocer el bosque de la orilla del río; mas apenas hubo penetrado en él un corto espacio, cuando se encontró con que por todos lados le hacían fuego, y aunque fue reforzada por otra, ambas tuvieron que retirarse. Avilés envió nuevo refuerzo con el ayudante Feraud, pero viendo que no bastaba y que los insurgentes cargaban reciamente, marchó él mismo y dividiendo su fuerza, flanqueó la de sus enemigos que entraron en desorden por su retaguardia. Galiana, para atender a ésta, abandonó el cañón que tenía y poniéndose los suyos en fuga trató de rehacerlos, conteniendo él mismo a los realistas que los perseguían. Estaba a punto de alcanzarlo D. Juan de Olivar, capitán de los Patriotas de Atoyac, que había sido su amigo, cuando Galiana, que montaba un caballo fogoso, pasando debajo de un árbol recibió en la cabeza un golpe de una rama que lo hizo salir de la silla; pero aunque caído en tierra y casi fuera de sentido, todavía se disponía a defenderse, y entonces un soldado del escuadrón del Sur llamado Joaquín León, lo pasó con un tiro de fusil y le cortó la cabeza. Los realistas entraron triunfantes en Coyuca, llevándola clavada en una lanza y la pusieron en un árbol de ceiba que está en la plaza del pueblo. Avilés, indignado de los insultos que se le hacían, reprendió al populacho diciendo: esta cabeza es de un hombre valiente. Y la hizo poner sobre la puerta de la iglesia, en la que después se enterró. Galiana fue muerto el 27 de junio a las once de la mañana”.



Versión de Justino Castro Mariscal.-
En los Cuadernos de Cultura Popular fechados en 1967, Capítulo I, hay un relato novelado que escribió don Humberto Ochoa Campos, según memorias de un soldado de Galeana que
participó en las campañas de Morelos y que después de la muerte de don Hermenegildo, éste narró al Generalísimo Morelos los hechos del fatídico combate. Al final del relato, Humberto Ochoa inserta esta nota: “Dionisio es un personaje real, fue uno de los soldados más fieles a las órdenes de Tata Gildo, vivió en Atoyac muchos años después de la muerte de don Hermenegildo y en esa población se localizan sus descendientes, quienes hablan de él como un hombre costeño de fácil y adornada palabra, para quien su principal tarea era contar, muy a su modo, las hazañas de su general. También durante su vida, fue el único que se preocupó de recordar las fechas del nacimiento y muerte del héroe”. Y agrega don Humberto: El autor de esta semblanza, agradece las informaciones recibidas de los señores Crescencio Otero Galeana, José Solís y Manuel Abarca. Y hace constar que para la elaboración del presente trabajo se consultaron las obras de Justino Castro Mariscal y del señor general Luis Ramírez Fontanes”. Esto quiere decir que para la narración novelada de don Humberto Ochoa Campos se basó en el libro “Galeana en al Epopeya de la Independencia Nacional” (segunda edición – México 1980), escrito por don Justino, en donde nos dice que el dato del golpe en la rama del árbol es erróneo y que “la verdad de los hechos, que nunca llegó a escribirse por ningún superviviente de la época, hoy se da a conocer porque es un relato de un soldado y testigo presencial de aquel desventurado acontecimiento. El
patriota independiente que fue testigo de este suceso nació en Atoyac, y como se recordará, fue uno del grupo de naturales que se presentó en la hacienda de El Zanjón, cuando el lugarteniente
de Hidalgo se dirigía a Pie de La Cuesta. El viejo soldado que se apellidaba Dionisio y cuya descendencia todavía existe en el pueblo mencionado, refería a sus amigos y nietos la muerte de su general Galeana en la forma que a continuación se expresa”. Aunque la nota de don Justino Castro pudiera parecer lógica, la versión de la rama del árbol fue recogida por varios historiadores de la época. No obstante, y sin querer distorsionar lo recogido en
forma oral por don Justino, incluimos aquí la versión íntegra de la narración del soldado Dionisio:
“Eran tiempos de calamidades, los realistas habían invadido la Costa y nos llamaban con frecuencia al indulto, por medio de nuestros parientes y amigos que en alguna forma eran
aconsejados por el cura o el encargado del gobierno del virrey. Debido a esto, muchos de nuestros compañeros nos abandonaron y se encargaron de la ingrata tarea de perseguirnos y combatirnos para probar su lealtad. Desesperado el general Galeana, nos aconsejó que deberíamos volver a encender el ánimo, ya decaído en casi todo el rumbo, y con tal resolución abandonamos la sierra y nos fuimos a emboscar en los palmares del camino de Coyuca, pero reconociendo como campamento el cerro de El Tejar. El 27 de junio nos levantamos antes de que amaneciera y nos encaminamos con rumbo al río de Coyuca; pero antes de llegar a la orilla, ordenó el jefe que podíamos almorzar los frutos de palmeras que a la sazón llevábamos como único bastimento. Dedicados a nuestro deficiente desayuno, llegó un labriego, o como se acostumbra decir en el rumbo, un milpero, a decir a Galeana: —¡señor general, las tropas realistas vienen pasando el río! Al escuchar el caudillo estas palabras, con verdadera precipitación se dirigió al coronel don Luis Pinzón y con voz firme y resuelta ordenó: —A ver Pinzón, tome usted 20 soldados y salga al encuentro del enemigo, mientras yo reúno la demás gente. “El coronel Pinzón salió violentamente a donde le ordenaba su general; pero al avanzar 300 metros se encontró con la vanguardia del comandante Avilés, trabándose desde luego un combate. Al comenzar la lucha todo fue confusión y desorden por parte de los insurgentes, y en unos cuantos minutos el coronel Pinzón tuvo que batirse en retirada. Mientras pasaba este lapso de tiempo, el general Galeana entró en acción con los pocos soldados que logró reunir, pero en las primeras cargas que enderezó con los adversarios nos dispersaron, y entonces vi al general que se confundía con los realistas, momentos después caía con todo y caballo, porque se lo habían matado. No obstante que lo habían desmontado seguía peleando, pero sin que ninguno de nosotros hubiera podido darle auxilio. Como se oyeron gritos por parte de los realistas, pude observar que decían: ¡ese es Galeana! ¡Mátenlo! Y una, dos o tres descargas cerradas se oyeron consecutivas. Después, dianas, tiros con intervalos, hasta que pude alejarme del campo de la lucha: el combate se había efectuado cerca de un lugar que llaman El Arroyo Seco y a una media legua de Coyuca, de las 10 a las 12 del día. Pasada la tormenta y como a eso de las seis de la tarde, nos encontrábamos con 30 hombres, entre jefes, oficiales y tropa en lo más boscoso del cerro de El Tejar,preguntándonos unos a los otros la forma en que vimos caer al jefe Galeana ese día de funesta memoria, o sea el 27 de junio de 1814. Al otro día de la tragedia, nos acercamos como unos diez soldados con el coronel don Pablo Galeana, para ver si podíamos encontrar el cadáver del general, pero al llegar al punto fuimos informados por unos trabajadores que ellos solamente habían encontrado el cuerpo sin la cabeza, porque ésta se la habían cortado los soldados realistas, llevándosela en una pica hacia Coyuca, y que después de pasearla por las calles, la habían colgado en una rama de la ceiba que está junto a la plaza. Por recomendaciones de don Pablo Galeana, aquellos mismos campesinos dieron sepultura al general a unos 200 metros del lugar en que había caído.” (Hoy se llama Los Cimientos)”.


Esta es una parte del relato novelado de Humberto Ochoa: “...fuimos informados por los milperos que ellos habían encontrado el cuerpo del jefe, pero sin cabeza, la cual le habían cortado con su propio machete, llevándola en una pica a Coyuca, donde después de pasearla entre burlas por las calles, acabaron por colgarla en la rama de una ceiba que está junto a la plaza... Hago constar mi Generalísimo, que el comandante Avilés al ver que se burlaban de la cabeza del jefe Galeana, reprendiendo a los soldados ordenó que se le diera sepultura en la iglesia... Nosotros, mi generalísimo, tragándonos el dolor y el coraje, tuvimos que retirarnos con mi coronel Pablo Galeana, para seguir errando por las montañas”. “Son las once de la mañana del 27 de junio de 1834 y la mano aun firme, enciende la vela en pleno día. “—¿Para qué prender la luz, abuelo, si el sol está llegando a lo alto? “Dionisio no responde, hace veinte años fue el día fatídico. Ensilla el caballo sin dar explicaciones; los grandes conocen la razón y los chicos empiezan a recordarla.
Horqueteado y con el pecho erguido sale de Atoyac, a trote solemne, por el camino de la costa. Llegando a la “Y” dirige su mirada del recuerdo hacia Tecpan, y observa a lo lejos los terrenos de El Zanjón y San José, en donde pequeños poblados surgen, en la lucha por lograr la parcela propia. Jala la rienda y el hocico del caballo cambia de norte a sur, recorriendo la misma ruta de la fatalidad. “Doscientos metros antes de llegar al río de Coyuca, colocó una cruz de madera en donde supone fue enterrado el cuerpo del general. En la iglesia debe estar la cabeza, pero,
¿Dónde? Tata Gildo quería terminar en el olvido y éste lo persiguió. Lo encontró en sus méritos que nunca fueron debidamente apreciados; en la casa de su nacimiento, que en una creciente se la llevó el río; en los algodonales que fueron desapareciendo; en su cuerpo y cabeza, que no encontraron sepultura formal. “Solamente con lo que no pudo el olvido, fue con el pueblo y esa parte de él que se llama Dionisio. El Congreso, diez años atrás, lo declaró Héroe de La Patria y el fiel soldado todos los 27 de junio enciende la vela. “—Te volviste a taruguear al enemigo. Sin cabeza y sin cuerpo, sigues vivo. ¡A sus órdenes mi general don Hermenegildo Galeana!”


Versión de Carlos María de Bustamante:

(Cuadro Histórico de la Revolución Mexicana (1844). Carlos María de Bustamante. Tomo III. Instituto Cultural Helénico. FCE. México, 1985).
“Llegó (Galeana) al punto de Cahuatitán y al día siguiente avanzó sobre el pueblo (de Coyuca) (...) Al pasar el río atacó y derrotó casi solo una emboscada del comandante Avilés: avanzó sobre éste, que iba en fuga, como cosa de tres cuadras; mató siete enemigos y tomó igual número de armas(...) se parapetó el enemigo de unas parotas y comenzó a hacer fuego. Entonces Galeana hizo alto, mandó montar el cañón y continuó la acción sosteniéndose. En ese acto D. Julián Ávila vio que el caballo que montaba estaba herido; éste le dijo que se saliese de las filas y montase en otro para volver á la carga; no lo hizo así, sino que se salió con suma precipitación, y tras de él su escolta; creyó su tropa que este movimiento era de fuga y comenzó a desordenarse, por cuyo motivo cargó el enemigo y con dos partidas, una de caballería y otra de infantería, flanqueó a los
americanos y les tomó la retaguardia: dióse parte a Galeana de esta ocurrencia, el cual se hallaba en lo más recio del combate de vanguardia, y no lo quiso creer; (...) mandó á su sobrino D. Pablo
Galeana que averiguase y le avisase: de hecho se comprobó la verdad y mandó abandonar el cañón, y que su gente saliese del bosque(...) Encontróse con el enemigo de frente, y con una voz
terrible dijo a éste: ¡Aquí está Galeana...!” “Luego que lo oyeron, dos compañías de infantería le
abrieron paso, ¡tanto le formidaban! Avanzó hasta el otro lado del río, reunió a unos cuantos dispersos como pudo, y tornó a la carga. El enemigo estaba situado á la margen del río: avisósele
que dos compañías de éste lo pasaban por diferentes puntos para flanquearlo, y entonces comenzó á retirarse poco á poco haciendo fuego al enemigo, que avanzaba en su persecución: ya no pudo, aunque quiso, reunir ningún disperso. Guiaba esta partida de los españoles, un hombre llamado José Oliva, á quien Galeana había hecho mucho bien en Téipan y Zanjón, donde este ingrato residía últimamente; conoció á Galeana, comenzó á llamarlo por su nombre y á avanzar sobre él con su partida; ya casi lo alcanzaba, cuando picando recio al caballo, éste, que era brincador, le dio un gran golpe en la cabeza que le hizo saltar la sangre por la boca y narices que lo atontó; sin embargo, no cayó a tierra sino que se quedó sentado en las ancas muy aturdido. Viéndolo su sobrino en tal estado, lo echó por delante y se quedó á retaguardia con tres dragones y el ayudante D. Pedro Rodríguez, para impedir que avanzase el enemigo, mas este cargó entonces reciamente en términos de tocarse unos a otros. Al pasar Galeana bajo de un huizache, el caballo dio nuevamente otro salto fuerte, y como salía una gran rama del mismo árbol, que atravesaba el camino, se dio contra ella al tiempo de levantar la cabeza para ver a los que lo perseguían, y cayó en tierra. Rodeáronlo catorce dragones, y ninguno osaba apearse para tomarlo; pero Joaquín León, desde su caballo le disparó un carabinazo y le atravesó el pecho. Entonces Galeana, moribundo y agitado de las ansias de la muerte tiró de su espada, que no pudo sacar de la vaina. El mismo dragón consumó su iniquidad, pues se apeó del caballo, le cortó la cabeza, la puso en una lanza, y se volvió con ella en triunfo para el pueblo de Coyuca, que habían abandonado sus moradores teniendo por cierta la entrada de Galeana. El cadáver quedó allí mutilado, y no lo pudo recoger su sobrino porque también cargó sobre él una partida de seis dragones”. Algunos historiadores, al igual que a Carlos Ma. de Bustamante, sobre todo los más cercanos a los acontecimientos bélicos, la figura de Don Hermenegildo no sólo los llenó de
asombro, sino que dejó en ellos una admiración tal que quisieron plasmarla en sus memorias para conocimiento de futuras generaciones. La versión de Bustamante, la más cercana en
tiempo sobre estos los acontecimientos, merece ser tomada en cuenta como la más veraz. Sin las exageraciones por la figura del héroe de las que el regionalismo suele abusar, Bustamante,
oaxaqueño y apenas doce años mayor que Don Hermenegildo, agrega de su decir y sentir lo que no dijeron los demás: “D. Hermenegildo Galeana nació en el pueblo de Téipam. Se radicó en la hacienda del Zanjón, propia de su primo hermano D. Juan José, y la administró por muchos años (nótese que Don Carlos Ma. no dice hacienda del “Sajón”, ni que Hermenegildo fuera “hermano” de Juan José, ni que fuera dueño de hacienda alguna, como erróneamente se ha dicho). A instancias de éste tomó parte en la Revolución, y no fue necesario convencerlo, pues él estaba muy mal dispuesto con la dominación española(...) Fue casado seis meses, y cuando murió tenía cincuenta y dos años de edad(...) Este hombre, en quien la valentía era una segunda naturaleza: que jamás atacó al enemigo á retaguardia, y que era terribilísimo en una acción de guerra, era por el contrario, un cordero en los momentos de paz y fuera de la acción. Jamás hizo fusilar á ninguno, aunque tuviese órdenes de hacerlo. Calculaba mucho, principalmente en el calor de la batalla; entonces le ocurrían medidas imposibles al parecer, pero certeras é indefectibles. Si hubiese esperado los auxilios del campo de Atijo, á vuelta de tres meses lanza del sur al general Armijo, y reconquista todo lo perdido(...) Llamábanle Tata Gildo, y lo que él decía se cumplía irrevocablemente y sin repugnancia; á su nombre siempre acompañó como correlativa la idea de un hombre de bien; y aun el mismo Calleja siempre lo tuvo en ese concepto. Amó al señor Morelos hasta la idolatría, y lo respetó tanto, que jamás le habló sino con el mayor comedimiento. Cuando éste supo su muerte se arrebató de dolor, dióse una palmada en la frente y dijo... Acabáronse mis brazos... Ya no soy nada... Yo que venero las palabras de ese hombre extraordinario, me atrevo a grabar sobre el sepulcro de Galeana estas sencillas palabras:
AL BRAZO DERECHO DE
MORELOS
HERMENEGILDO GALEANA,
MUERTO EN 27 DE JUNIO DE 1814,
PELEANDO EN EL CAMPO POR LA
LIBERTAD,

miércoles, 11 de mayo de 2011

Documento inédito de "Los Galeanas"

Datos extraidos del libro “El Héroe Sin Cabeza”



El Testamento de don Fermín Galeana Valdeolívar:
Uno de los documentos más importantes relacionado con la familia Galeana encontrado hasta ahora, es sin duda el Testamento de don Fermín Galeana Valdeolívar, enviado a don
Crescencio Otero Galeana por descendientes de los hijos de don Fermín. En su transcripción hemos respetado la escritura original y la integridad de su contenido. En la parte superior de la primera página se encuentra el sello de la Corona de España; a la izquierda: “sello 2º 12 reales”; a la derecha: “año de 1822 y 23”. Enseguida, el siguiente título: “Testimonio del Testamento
otorgado por don Fermín Galeana ante el ciudadano José María Zamora Alcalde del Ayuntamiento de Tecpan y Juez de Zacatula. 1,825”.

Esta es la transcripción:



En el nombre de Dios Todopoderoso, y de la siempre VirgenMaría, amen.- Notorio y manifiesto sea, como yo, Don Fermín Galeana, hijo legítimo y de legítimo matrimonio de Don Pablo
Galeana y de Doña Marina Baldeolíbar que en paz descansen, digo pues que hallándome en cama de la enfermedad que Dios ha sido servido mandarme, y como cristiano, Católico Apostólico
Romano, creo en el Misterio Inefable de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Tres Personas distintas y un sólo Dios Verdadero, así mismo creo en el Misterio de la Sagrada
Eucaristía, en el de la Encarnación del Verbo Divino, en las purísimas entrañas de María Santísima Señora y Abogada nuestra, creyendo como firmemente creo que concibió por obra del
Espíritu Santo, siendo virgen y quedándolo en el parto y después del parto; creo en el misterio de la Resurrección de la carne, y en todos los sacramentos, que cree y confiesa nuestra Madre la Santa Iglesia; invoco como fiel cristiano la protección de la Madre de Dios, del Santo Angel de mi Guarda, Santo de mi nombre y Santo del día de hoy, esperando firmemente intercedan por mí, a nuestro Dios y Señor, y que por su preciosa sangre me perdonen mis pecados: temeroso de la muerte, tributo que todo mortal paga a la naturaleza, y queriendo que cuando ella llegue me coja con las disposiciones debidas para no ser sorprendido, y que después de mi fallecimiento, no haya dudas ni litigios , y para descargo de mi conciencia he dispuesto hacer este mi testamento en la forma siguiente: Primeramente. Encomiendo mi alma a Dios que la sacó de la nada, y el cuerpo a la tierra de que fui formado, mandando a mis albaceas me sepulten en la iglesia parroquial del pueblo de Atoyac, a cuya feligresía pertenezco, sin pompa ninguna, y que se me amortaje con el hábito del Orden Seráfico de Nuestro Padre San Francisco, que tengo, dejando al arbitrio de ellos los sufragios que por el bien de mi alma quieran hacer, como buenos hijos, declarándolo para que conste. – 2ª. Mando que por solo una vez, se destinen a las mandas forzosas dos reales por cada una, con lo que la separo del dominio que puedan tener sobre mis bienes; dígolo así para que conste y se cumpla. 3ª.- Declaro que fui casado y velado, según orden de Nuestra Santa Madre Iglesia, con doña Rafaela de Los Ríos, ya difunta, de cuyo matrimonio solo hubimos por hijos a José María del Pilar Galeana y don José Francisco Galeana, que viven y están casados, el primero de edad de treinta y tres años y el segundo de treinta.- 4ª.- Declaro que mi esposa al unirse conmigo en matrimonio, trajo si mal no me acuerdo unas cincuenta reses , una mula y dos caballos, cuatro o seis yeguas, su ropa de uso y sus alhajas de poco valor, declárolo así para que conste. 5ª.- Declaro por mis bienes míos propios los siguientes: la Hacienda de San Gerónimo y la de Aguas Blancas; en la hacienda de Ixtapa , me corresponden desde el paso de Agua de Correa hasta la Cruz de Potrerillos, de oriente a poniente; por el norte el pasaje nombrado de Las Arenillas, Río arriba de Ixtapa, y por el Sur las arenas del mar; todo lo cual consta por
documentos y títulos que tienen dichas tierras; la casa de San Gerónimo de mi habitación, con los enseres y muebles que de su uso se encierran, y otras varias que mis hijos saben bien; la plata
labrada y alhajas que también mis hijos saben; un rancho de ganado mayor, próximo a doscientas cabezas , caballos, yeguas y mulas, que mis hijos conocen y ellos saben las que son; el dinero efectivo y cuanto se reconozca mío, de que nada son ignorantes mis indicados hijos, y a quienes jamás reservé cosa alguna. Declárolo para que conste. 6ª.- Declaro no deber a ninguna
persona cantidad alguna de dinero o efectos; que no tengo firmada ninguna obligación por deuda particular. Que mis bienes no conocen deuda ninguna, y solo están hipotecadas mis haciendas y bienes en la Santa Iglesia de Valladolid, por los diezmos del río del Zanjón, Tecpan, San Luis, Coyuquilla, Petatlán, San Gerónimo, Ixtapa y Pantla, comenzando desde la boca de Mita en el oriente hasta la Lagunilla en occidente, cuya fianza no tiene cantidad determinada; igualmente tengo otorgadas dos obligaciones jurídicas en la Aduana de Acapulco, una de mil pesos y otra de quinientos afianses por el Alcabalorio de Tecpan y de cuya hacienda de San Gerónimo, a favor el primero de don Elías Avila, y el segundo a favor de mi hijo, don José María del Pilar Galeana, ninguna otra obligación tengo firmada, ninguna otra hipoteca tengo hacha, declárolo para que conste. 7ª.- Declaro que en las tierras de la Hacienda del Obispo, inmediata a San Luis y en las de Ximalcona arriba de Petatlán, a la banda opuesta del río de aquí para allá, tengo parte en lasprimeras por parte de mi padre, por mi bisabuelo don D. Baltasar Nieto, y en las segundas por lo Baldeolíbar de mi madre; los títulos del Obispo, los llevó don Juan Amaro Fuentes, y los de
Ximalcona, puede tenerlos don Gregorio Baldeolíbar; esas tierras no están divididas, declárolo para que conste. 8ª.- Declaro me son deudores don Gregorio Baldeolíbar de dos mil pesos que en
liquidación de cuentas me quedó reservado de diez y seis mil pesos que me debió por el pleito que entablamos por las haciendas de Ixtapa y San Felipe, y habiéndome salido debiendo dichos diez y seis mil pesos, le perdoné los catorce mil y pico, y solo le hice cargo y me debe hasta el día, los dos mil pesos indicados, contra todo gasto de documentos judiciales que existen en mi poder. Mi hermano don Juan José Galeana, ya difunto, me era deudor y me son ahora sus herederos de la cantidad de tres mil cuatrocientos veinte pesos, y aunque debían ser cuatro mil veinte pesos, les perdono seiscientos pesos, y así es que solo me deben los indicados tres mil cuatrocientos veinte pesos, de que están instruidos dichos herederos y confesos ahora al tiempo de hacer este mi testamento. Don Julián de Avila me debe ciento cuarenta y siete pesos, siete reales, los cien pesos en reales efectivos que le di y los cuarenta y siete con jabón, todo para los gastos particulares y aunque no consta en documentos exhibidos por dicho Avila, está confeso y
anuente de pago, declárolo para que conste, y para que se verifique su cobro. Declaro asimismo que también me son deudores don Rafael Méndez y don Joaquín Herrera de mancomún y me tiene otorgada obligación de la cantidad de setecientos y cincuenta pesos, cuyo plazo lo indica la expresada obligación, así me tienen deuda también don Diego Moreno, por su mayordomo don Francisco Díaz de Tangandícuaro, y por cuenta de don Nicolás Galván legítimo deudor de la cantidad de cuatrocientos noventa pesos, consta de su obligación de primero de mayo de este año, y su plazo ella lo indica. Don Ignacio Rebollar por obligación de diez y seis de dicho mayo también me adeuda ciento cincuenta y tres pesos por fianza del señor cura de Tecpan Don Francisco García Rendón, es decir que faltando Rebollar a su obligación otorgada la satisfacerá el Sr. Cura Rendón, todo lo que manifiesto para inteligencia de mis herederos y para que se cobre. 10ª.- El Exmo. Señor Don Vicente Guerrero por mi sobrino Don Pablo Galeana, me es deudor de trescientos cuarenta y ocho pesos, cinco reales, contra recibo de su mayordomo Don Pedro Vicente López, fecha seis de abril de este año, declárolo para que conste. 11ª.- Declaro que serví el manguillo de tabacos de esta hacienda, al año de 1810 y veinte, y que en nada quedé pendiente con dicha renta, a la que nada debo, ni nada me debe, manifestándolo para debida constancia. 12ª.- Declaro que soy administrador de los diezmos de la Santa Iglesia Catedral de Valladolid en el Partido de Zacatula, desde la boca alta en las playas de Coyuca hacia el oriente, hasta la Lagunilla inmediata a Panola , hacia el ocaso de esta hacienda. Comencé a servir este diezmatorio el año de mil ochocientos veinte y cuatro, cuyas cuentas y las de este año están pendientes, pero de ello tienen conocimiento pleno mis hijos , declárolo así para que conste. 13ª.- Declaro haber sido albacea en las disposiciones testamentarias del señor mi padre don Pablo Galeana y de Don
Lázaro Sotelo, ambos testamentos los cumplí fiel y prontamente, por cuyo motivo en nada están pendientes. Manifestándolo así para que conste. 14ª.- Declaro que ninguna manda voluntaria o
forzosa pública o secreta dejo, exceptuando las de la cláusula segunda de este mi testamento, y les señalé dos reales a cada una, declárolo para que conste y para que mis herederos no satisfagan ninguna, porque ninguna debo ni lego. Declaro que asi mismo me es deudor el señor Brigadier don Isidoro Montes de Oca, según entiendo de la cantidad de cuatrocientos pesos , declárolo para que conste. Asi mismo declaro que mi sobrino don José Julián Galeana, por obligación de 23 de marzo de este año, me es deudor, de ochocientos y cincuenta pesos, cuatro reales, pagaderos al tres de marzo de 1826. 17ª.- Declaro que la hacienda de San
Felipe y la de Coacoyul, citas en el condado de Petatlán, y en arrendamiento la primera a don Gregorio Baldeolíbar, sin pagar renta ninguna, como un mero terranguero, puesto que no tiene
obligación, señalamiento de cuota ni término prefijado. pertenecen dichas haciendas a mi hermana doña Juana Teresa Galeana, perteneciendo a la hacienda de San Felipe, los dos potreros de Santa María y La Soledad, así nombrados constando en mi dicho de las escrituras y títulos de dichas haciendas; mas don Gregorio Baldeolíbar las rotula suyas, impidiendo el uso libre a la causa de los Galeana, quizás olvidándose del pleito que le gané ante las autoridades de México, antes de la guerra de 1810, en la que salió sentenciado pagarme todos los gastos que yo había originado, ya que ante el Sub-delegado de Tecpan me salió debiendo 16,000 pesos y pico, manifiéstolo, más extensamente en la octava cláusula de esta mi última voluntad, que como hecha en mi postrimera hora , tiene el carácter de verdadera, a virtud de que soy cristiano y temo la responsabilidad eterna. 18ª.- Y para cumplir este mi testamento, en que está cifrada mi última voluntad, ordeno y mando que sean mis albaceas mis hijos y herederos don José María del Pilar Galeana y don José Francisco, cada uno de por sí, y los dos de mancomún insólidum, para que después de mi fallecimiento se echen sobre mis bienes, los inventaríen o no, judicial o extrajudicialmente, según y como mejor les parezca, haciendo de ellos todo el uso que les convenga el año y todo el tiempo que Dios les conceda de vida como dueños y propietarios de ellos. 19ª.- Y pagado y concluido este mi testamento, mando sean mis herederos universales, mis dos hijos referidos, Don José María del Pilar Galeana y Don José Francisco Galeana, y que sin excepción ninguna ni preferencia, se partan de todos mis bienes por partes iguales; que guardando la fraternidad y unión con que siempre se han manejado perciban y disfruten, quieta y tranquilamente, sin darse jamás el uno al otro motivo de queja, ni origen a disgusto casero, o trascendental, que causara vergüenza a la familia al ver dos hermanos desunidos que jamás lo han estado, y para que esto no suceda y mis hijos queden inteligenciados que hasta el último momento de mi existencia, les guardé el más grande y fino amor paterno, con todo el cariño de
que es capaz un padre de mis cualidades; y para que en todo les vaya bien, les echo mi bendición, y pido al Ser Supremo se las eche también. Y por el presente anulo otro cualquier testamento
memoria o codicilo o poder para testar que aparezca, pues que nunca he hecho de estos documentos, y este es el primero, pero si apareciere otro cualquiera, lo anulo, lo detesto y mando se de por roto, y de ningún valor, y sólo se sujeten a éste que es el válido, hecho en mi entero juicio, memoria, entendimiento y voluntad, mereciendo al Ser Supremo, que tanto las potencias que llevo dichas como mis cinco sentidos los tengo claros y sin la menor turbación, puesto que la Misericordia Divina en la enfermedad que no me ha dado a la presente no me los han imposibilitado, y por tanto a esto que mando y no a otra cosa, se cumplirá, por ser mi única, última y espontánea voluntad, no queriendo decir en esto que algunas deudas que se deban, y cuentas que tenga a mi favor, no dejen de cobrar o concluir por no hallarse expresamente es ésta mi última voluntad, repitiendo así que a nadie debo cosa alguna, en dinero o efectos, ni cosa que lo valga, y, Yo, José María Zamora, alcalde primero constitucional del
ilustre ayuntamiento del pueblo de Tecpan y Juez de Primera Instancia en este Partido de Zacatula, certifico y doy fe, en testimonio de verdad de el otorgamiento de este testamento, que
el otorgante don Fermín Galeana, se haya en su entero juicio, cabal memoria, natural entendimiento y libre voluntad, que sus cinco sentidos en nada los tiene perturbados, que ha hecho esta su disposición testamentaria quieta y pacíficamente, que las cláusulas que en ella existen se han consignado por su mandado sin que haya intervenido fuerza, amenaza, sugestión o plegaria y que todo lo que en él se refiere es verdaderamente su última voluntad. Y en estos términos lo otorgó y firmó ante mí dicho juez y los testigos de mi asistencia, en la Hacienda de San Gerónimo, Feligresía de Atoyac , a los catorce días del mes de junio del año del Señor de mil ochocientos veinte y cinco, quinto de la Independencia Mexicana, cuarto de la libertad y tercero
del sistema liberal, siendo testigos instrumentales Don Eulogio Solís, Don Manuel Jacinto, Don Mariano Zapata y Don Pedro Oreña de esta vecindad y presentes; y lo firmé con los testigos de
mi asistencia, con quienes actué por receptoría a falta de escribano, que no lo hay en los términos que el derecho previene de que doy fé,- Fermín Galeana.- Ante mí.- José Zamora.- Asistencia – Don Antonio Solís.- Asistencia – José María Bermúdez. Concuerda con su original a que me refiero en el protocolo de Instrumentos Públicos de mi cargo.- Sacóse el mismo día de su
otorgamiento y ante los mismos instrumentales con doce fojas útiles, la primera y esta del sello cuarta, y todas del vienio corriente. Va fiel y legalmente sacado, corregido y conservado y
lo firmé con los testigos de mi asistencia de que doy fe.En testimonio de verdad.



José Zamora.



ASSA ASSA



José Antonio Solís José María Bermúdez



Este documento proporcionado por una descendiente de don Fermín Galeana, nos da a conocer muchos datos que corrigen lo investigado en otras fuentes y corrobora, del mismo modo, lo
investigado acerca de los orígenes de la familia Galeana.

domingo, 8 de mayo de 2011

Hermenegildo Galeana, ¿De Tecpan o Tetitlán?






Los datos que proporcionamos a continuación, son fragmentos extraídos del libro “El Héroe sin Cabeza”.
Debido a la extensión de dicho libro, solo publicaremos parte de algunos fragmentos más relevantes, divididos en diferentes entradas.

En el árbol genealógico presentado con letra A, aparece en el número 15 (del mencionado libro) la señora María de la Luz Vargas Galeana, quien envió a don Crescencio documentos importantes que describen algunos detalles de la vida de don Hermenegildo, la de don Fermín Galeana y del sobrino de ambos, Pablo Galeana. Estos son algunos detalles de la carta:







México, abril 10/1954
Sr. Crescencio Otero Galeana
Presidente de la Junta de Mejoramiento
Moral, Cívico y Material






Muy estimado señor Otero Galeana:
Enterada por el periódico de que desea usted datos sobre la familia Galeana a la que pertenezco y de la que estoy orgullosa, y teniendo papeles muy antiguos, me dirijo a usted parta darle datos sobre ella, no históricos, pero sí relacionados con aquella época, ya que don Fermín Galeana se quedó al cuidado de los intereses de la familia y al servicio de la causa. Tenían, como usted sabe, los Galeana extensas posesiones en aquellas (...) de mis abuelos y tatarabuelos, en que hablan de los bisabuelos de ellos. Mi padre, muerto hace 26 años, fue el Lic. Carlos Vargas Galeana, hijo de Francisca Galeana y Juan Vargas Machuca, originaria de San Jerónimo, Gro., hija de José María del Pilar Galeana y Josefa Amaro de Galeana. José María del Pilar Galeana y José Francisco Galeana fueron hijos únicos de don Fermín Galeana y Rafaela de Los Ríos. Don Fermín Galeana era hermano del capitán Juan José Galeana (...) y de Juana Teresa, Josefa y María Venancia, dueñas de San Miguel de Los Apuzahualcos. Hijos todos de don Pablo Galeana y Marina Valdeolívar. Agradeceré a usted que si fuera posible me indique dónde podría adquirir resumen de los datos que usted presentó en esa ocasión. Me encantaría poder asistir. Tal vez alguna vez tenga oportunidad de asistir a algún acto o festejo para nuestros héroes y gloriosos parientes (...)


Aprovecho la oportunidad de ponerme a sus órdenes.
María de la Luz Vargas Galeana.
P. D. Incluyo estadísticas de los diezmos de Tecpan en 1825, firmado como recabado don José María del Pilar Galeana y otro a su padre don Fermín Galeana, cuando éste tuvo este puesto
.







Por lo que respecta a la personalidad de Hermenegildo, doña María de La Luz envió a don Crescencio un escrito distribuido en tres cuartillas, que a la letra dice:


Estos datos inéditos se deben al historiador
Eduardo M. Vargas Galeana, que vivió en Irapuato, Gto., descendiente de los Galeana que combatieron tan valientemente en la Guerra de Independencia. El fundador de la Familia Galeana, originario de España (no de Inglaterra como dice un historiador) se estableció en Mazatlán, sin. Y logró labrar importante fortuna, merced a su honradez y laboriosidad. Dedicado entre otros negocios a la pesca de la concha-perla en el Mar de Cortés, hoy Golfo de California. Contaba al efecto con buzos expertos y conocedores de aquellas costas, así como conartífices que pulimentaban las perlas. Estas tenían mucha aceptación del comercio de la metrópoli y sus colonias. Los Galeana, poseyendo ya cuantiosos bienes en aquella región, enlazáronse con distinguidas hijas del país y adquirieron propiedades extensas en varios puntos de la costa del Pacífico, especialmente entre Zihuatanejo y Acapulco en donde más tarde establecieron su residencia y continuaron dedicándose a la industria de la perla sin decaer el éxito de la empresa. Una de las fincas rústicas de los Galeana era la hacienda del Zanjón, que después se denominó San Jerónimo, colocada en el distrito de Tecpan, cerca de Atoyac. Originario de ese territorio e hijo de don Sebastián Galeana, fue don Hermenegildo, de igual apellido, quien nació el 13 de abril de 1762. Pocas noticias se tienen acerca de la juventud del héroe suriano. Sin embargo se sabe que desde pequeño se dedicó a las faenas del campo, que se ejercitó en la equitación y en el manejo de las armas, usando éstas con precaución y en la soledad de los bosques, para no exponerse a sufrir las penas impuestas por el gobierno virreinal a quienes portaban armas de fuego. El joven Hermenegildo no recibió sino la instrucción primaria, por la falta de planteles en aquellas apartadas regiones; no es exacto, por lo tanto, lo que algunos historiadores asientan al afirmar que los Galeana carecían de toda instrucción, aún de las primeras letras. El futuro héroe, viviendo en la hacienda mencionada en unión de sus hermanos, tuvo una hazaña que marcó con signos indelebles su carácter: paseábase a la sazón por la playa, cuando vio a lo lejos restos de un buque náufrago. El joven intrépido no vaciló ni un instante en salvar a aquellos despojos, que quizás conducirían seres vivientes. Y en efecto, se arrojó entre las olas y salvó a aquellos infelices que se encontraban a punto de perecer. Entre los objetos recogidos había un cañón, pequeño, pero pesado y difícil de sacar a flote por haber encallado. No obstante las dificultades para salvarlo, logró vencerlas y la boca de fuego quedó en poder del salvador de los náufragos en premio a su heroicidad. Sepultó el bronce en la arena a fin de que no fuera decomisado por las autoridades y conservó el secreto de su tesoro, como él llamaba a tan extraordinaria pieza. Más tarde logró obtener permiso para hacer salvas una sola vez al año en la festividad del Santo Patrono del lugar; y terminadas las fiestas volvía el cañoncito a su escondite para no volver a funcionar sino hasta el siguiente aniversario.
Así pasaban los Galeana su vida campestre, dedicados al plantío de algodón y a la cría de ganado, visitando a la vez sus vastos propiedades de la costa occidental. Llegó la época de la emancipación del antiguo Anáhuac; las noticias de una conspiración para deponer al virrey en 1809, llegaron hasta las solitarias playas del Sur. Aprestáronse los surianos a tomar participación en el incipiente movimiento por la libertad. Pero descubiertos los planes de las juntas revolucionarias del interior, todos los preparativos se suspendieron. Mas la chispa quedó prendida y se aguardaba el momento propicio para que el incendio cundiera. Los Galeana, comprendiendo la trascendencia de la insurrección, dedicáronse a la propaganda de la libertad de la Nueva España, de suerte de que cuando Hidalgo proclamó la Independencia en el pueblo de Dolores, los costeños acogieron con beneplácito la idea de la rebelión. Desde California hasta Guatemala se extendió el grito dado en el curato de Dolores, y las playas del Pacífico recibieron el eco de aquella potente voz: ¡América libre! Era el glorioso lema de todos los habitantes de la Nueva España, y aquella divisa fue adoptada desde luego por la familia Galeana. Presentose Morelos en la región del Sur y el primero en secundar su proclama fue el invicto don Hermenegildo Galeana. Abandonó sus intereses, despidiose de su familia y se ofreció incondicionalmente a las órdenes del Siervo de La Nación, presentándole el obsequio más valioso que pudiera ofrendarle: el cañón de su propiedad, que desde luego fue emplazado e inició la serie de batallas verdaderas epopeyas dirigidas por el denodado Mariscal Galeana, digno teniente del gran capitán Morelos. Sus familiares, en vez de disuadirlo, animáronlo para emprender tan grandiosa empresa y uniéronse, desde luego varios parientes y amigos, entre aquéllos don Juan José, don Antonio y don Pablo, todos de apellido Galeana, varios sirvientes de la hacienda del Zanjón, San Luis y de otras de sus propiedades. Las señoras Galeana contribuyeron con elementos cuantiosos, enajenando al efecto grandes extensiones de tierras y cuyo producto pusieron a disposición del tesorero del Ejército Insurgente del Sur. Además de las sumas importantes con que la familia contribuyó para el sostenimiento de la tropa insurgente, tuvo que desprenderse de capitales que fueron decomisados por las autoridades realistas y de los productos de sus haciendas, que fueron incautados. Don Fermín Galeana, primo de don Hermenegildo, quedó al frente de los intereses de la familia. De su patrimonio particular le fueron recogidos bienes por valor de 84,527.00; don Antonio perdió 65,465.00; a don Juan le decomisaron semillas, ganado y algodón por valor de 52,543.00; las señoras doña Juana , doña María, doña Josefa y doña Alvina, perdieron en conjunto la cantidad de 110,235.00 pesos, sin contar los donativos espontáneos que cedieron para la causa de la revolución. Después de consumada la Independencia, fueron recuperadas algunas haciendas pero sin indemnización por los servicios sufridos. Todos estos datos numéricos constaban en los libros de la familia y cuyas copias auténticas conservaban sus descendientes hasta hace poco tiempo. Don Juan José Galeana tomó parte activa en la Campaña, bajo las órdenes de don Hermenegildo y perdió la vida en Cuautla. Don Pablo Galeana era hijo de don Juan José y sobrino de don Hermenegildo y no hermano de ellos, como se lee en algunas historias. Fue el único que sobrevivió a la revolución, pues los demás miembros de la familia que salieron a Campaña, perecieron en ella. Habiendo perdido toda su fortuna, se retiró a la vida privada radicándose en la hacienda de San Jerónimo, antigua fracción del Zanjón de la propiedad de don Fermín Galeana, y estuvo al servicio de don José María del Pilar Galeana, hijo de don Fermín, en la propia finca de campo. Presentamos un autógrafo de don Pablo firmado en la repetida propiedad. Las señoras Galeana fueron aprehendidas por causa de la Revolución y conducidas a Acapulco e internadas en el Castillo de San Diego. En otras persecuciones, el general don Isidro Fuentes las rescató y las tuvo bajo su cuidado hasta terminada la Guerra de Independencia- Estas damas se distinguieron por su patriotismo y por la caridad que ejercían con los menesterosos. Mucho tiempo después de su muerte, su nombre era recordado y bendecido por los descendientes de aquellos a quienes socorrieron o ayudaron en sus negocios. Los demás rasgos biográficos de los Galeana han sido ya dados a conocer por la Historia Patria, aunque adolecen de algunas inexactitudes, por no haber estado bien documentados los antiguos historiadores y no haber hecho rectificaciones los cronistas de la actualidad.

martes, 3 de mayo de 2011

Huracán "El Tara". La tragedia del 1961


El 10 de noviembre de 1961 parecía un día como cualquier otro en el municipio de Tetitlan. Los pobladores de las comunidades se levantaron temprano para iniciar su jornada de labores y se dispusieron a tomar el camino hacia sus lugares de trabajo; sin embargo, algo raro fue percibido en el ambiente: un inusual viento frío y constante dio los buenos días a la población en general. Un viento que no cesó durante todo el día.
La población estaba lejos de imaginar lo que sucedería o podría venir en las próximas horas. Nadie pensó que se acercaba la pesadilla más grande y desastrosa de esta comunidad, que sería inolvidable para algunos que tuvieron suerte de vivir para contarlo.
De acuerdo con el Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred) el ciclón Tara es el séptimo huracán que más muertes ha cobrado en la historia del país desde 1909, con 436 víctimas, la mayoría de ellas en la comunidad de Nuxco.
Al llegar la noche, la lluvia arreció y el viento se volvió incontrolable. Eran las primeras ráfagas del ciclón, el más intenso que ha azotado la costa de Guerrero, sólo similar años más tarde el Paulina.
La madrugada del 11 de noviembre de 1961, la tragedia se hizo mayúscula, las ráfagas de viento de más de 100 kilómetros por hora eran el complemento de la tormenta que caía, y la que provocó el desborde del río Tetitlan, que inundó gran parte del pueblo, arrasando con casas, animales, personas y todo lo que encontraba a su paso.
Aunque la calma momentánea que se sintió por la mañana hizo sentir falsas esperanzas en los habitantes, minutos más tarde, el viento que sopló con más fuerza los regresó a la realidad. Las orillas del río dejaron de serlo, el agua entraba a todo el pueblo. Sólo las casas altas construidas de concreto eran el refugio de los desesperados pobladores.
Así transcurrieron las primeras horas de aquella mañana, entre el llanto, la desolación y la desesperación de la gente, principalmente de aquella que lo había perdido todo. “Parecía que todo había pasado, y fue entonces cuando inició el recuento de los daños”. “La noticia de que el puente que cruzaba el Rio Tecpan se había caído recorrió el arrasado lugar, haciendo que todos sintiéramos un frió más helado que el que reinaba en ese momento. Todo aquel día fue la misma historia, sólo agua y viento que no cedía en su fuerza”, rememoró.
Pero no sólo Tecpan fue víctima del fenómeno natural. Poco a poco las noticias comenzaron a llegar: “¡Nuxco se perdió!, ¡Tetitlán está inundado!, ¡Tenexpa no se conoce! Recuerdo como si fuera ayer cuando nos enteramos de lo que había pasado”.
Nuxco, comunidad ubicada aproximadamente a 16 kilómetros de Tecpan, quedó sepultada por las arenas del arroyo que a consecuencia de la incesante lluvia se desbordó. “Cientos de habitantes habían buscado refugio en las casas altas, otros se negaron a hacerlo y cuando se decidieron ya era demasiado tarde, uno de los habitantes de esa población quien asegura que después de todo aquel infierno, el mar que queda a una distancia de 2 kilómetros del pueblo, podía apreciarse con claridad desde cualquier punto de la población.
Al día siguiente, la calma reinó en la región. Se confirmó la noticia, el enorme puente que unía a las comunidades de El Suchi y Tecpan había cedido, según se dice, partido por la mitad por una enorme roca conocida como La Tambora, la cual fue arrastrada por la corriente hasta chocar con la estructura rompiéndola en pedazos.
El saldo fue de 433 muertos, miles de damnificados, 300 mil palmeras arrasadas y 10 mil cabezas de ganado perdidas.
En su portada semanal se leyó: “Ayúdenos señor Presidente”, en un llamado a las autoridades federales para que enviaran ayuda, la cual sólo podía llegar vía aérea, debido a lo incomunicado de la zona.
Pasada la tragedia, en Tecpan se formó un comité de auxilio integrado por personas altruistas y con dinero, así como militares y la sociedad civil. Debido a la escasez de alimentos, la gente tuvo que comer calabazas hervidas durante tres días, las cuales se repartían en un comedor que se ubicó en el corredor de una casa y al que arribaban diariamente más de mil personas entre hombres, mujeres y niños, a quienes además se les repartían ropa y medicinas.
A 48 años de aquel fenómeno, el pueblo de Tetitlan guarda el recuerdo de aquella tragedia que azoto estas tierras, la más dolorosa de que se tenga memoria.



FUENTE: http://www.lajornadaguerrero.com.mx/2009/11/11/index.php?section=sociedad&article=012n1soc